"Historias en Terrícolandia: El terrícola insatisfecho" (VIII).
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Imágenes: Pixabay.
© Textos: Fran laviada 2022 (Todos los derechos reservados)
Capítulo 22
Hay que tener mucho cuidado, con ese peligroso individuo que con astucia calculada, se disfraza continuamente de Ciudadano Ejemplar, que suele dar consejos (sin que se los pidan) haciendo continua exaltación del valor de la moralidad y las buenas costumbres, y que incluso, te mira mal si tiras un papel al suelo, pero que sin embargo, tiene las baldosas de su casa con una gruesa capa de polvo, además de pasar de forma sospechosa, más tiempo de la cuenta, en casa de su vecina, que además está casada, pero que vive muchas horas en soledad, porque su marido tiene un trabajo que le hace viajar con frecuencia, ¡vaya por Dios!
Eso de haz lo que yo te digo, pero no hagas lo que yo hago, pertenece a otras épocas, que afortunadamente ya se quedaron muy atrás, aunque siempre queda por ahí escondido, algún Dinosaurio moralizador (a veces muy bien disfrazado, aunque ya no engaña a nadie, a “casi”, ya que siempre hay por ahí algún pardillo, al que le quieren vender algún pequeño terrenito en el paraíso eterno, y “pica”) que se resiste a irse de una puñetera vez, ¡qué cansino!
Capítulo 23
Vivir en la pasividad excesiva, que ofrece de manera traicionera, esa peligrosa y conocida “zona de confort”, hace que muchas veces (más de la cuenta), la negatividad disfrazada de lo que no es, se vaya poco a poco apoderando de nuestra vida, sin que hagamos nada por evitarlo, resignados a nuestro infortunio (el que quiera, que lo llame mala suerte, si eso le sirve de consuelo), con la docilidad de un disciplinado perrito faldero, hasta que el desastre hace acto de presencia en nuestro espacio vital, con la fuerza destructora de un huracán, cuando ya es demasiado tarde para ponerse a salvo.
Capítulo 24
Nunca llegué a entender a esa clase de individuos retrógrados, que consideran una tragedia, incluso algunos fanáticos de la religión (de cualquier religión), le dan categoría de castigo divino, al hecho de tener un hijo gay (o una hija lesbiana), como si la homosexualidad fuera un pecado.
¿Se ha parado usted a pensar “Míster Picapiedra” que el muchacho ha heredado su código genético?
¿No será que en algún escondido y misterioso rincón de su organismo hay una pequeña fuga de aceite?
¿O quizá una diminuta pluma que se ha quedado a medio crecer?
¿A qué no lo había pensado, verdad Señor?
¡Pues hágalo, quizás sea usted el principal responsable de eso que tanto detesta!
Capítulo 25
La observación es una cualidad muy importante que el ser humano tiene a su disposición para evaluar con cierto grado de exactitud todo lo que le rodea, por eso, he podido comprobar entre otras muchas cosas que me llaman la atención sobre esa clase de gente que goza de un nivel social elevado, o mejor sería decir muy elevado, teniendo en cuenta la magnitud de su poderío económico, que el “lujo”, es una excusa que los ricos tienen para presumir de lo que la mayoría de las personas no tenemos, ni tendremos jamás a nuestro alcance (aunque trabajemos cien años, y salvo que tengamos la suerte de que nos toque la lotería), y se dejan engañar (conscientemente porque de tontos no tienen ni un pelo, ya que si lo fuesen no serían ricos, aunque los hay que han tenido mucha suerte, que es la única explicación para que algunos que saben leer y escribir, y hasta ahí llegaron, están “podres” de dinero), pagando un precio desorbitado por cosas que no lo valen, pero que tienen el valor añadido de que los pobres, jamás las podrán conseguir.
Capítulo 26
Lo peor que le puede suceder al ser humano, no es morirse, a pesar de lo trágico que este hecho supone, tanto para el finado (principalmente) como para su familia y amigos (siempre menos de lo que uno piensa), todavía es peor, irse al otro mundo, habiendo perdido el tiempo a lo tonto, desaprovechando una tras otra las oportunidades que la vida nos ofrece a todos (a unos más, y a otros menos, y en esto, como en casi todo, influye poderosamente el dinero, y por supuesto los buenos “contactos”, tan solo hay que ver la cantidad de “enchufados” que hay en los organismos oficiales, de nuestro “bendito” país) a lo largo de nuestra existencia.
Capítulo 27
Mal asunto es esperar que el infortunio de unos suponga la felicidad de otros. Si por desgracia alguien tiene que utilizar una silla de ruedas para desplazarse, podrá sentirse más identificado con su entorno, si las personas que le rodean, tienen la misma limitación, pero no por ello la persona en cuestión va a ser más feliz. Eso solo, lo lograría el día que pudiese caminar, algo tan sencillo como eso.
Es algo parecido a la palabra herencia que casi siempre va unido a la palabra desgracia. Para recibir cierta cantidad de dinero, se tiene que morir tu padre o tu madre, aunque algunos, en fin...
Capítulo 28
Si los seres humanos fuésemos menos egoístas nos daríamos cuenta que en la gran tarta de la existencia, hay pastel para todos, siempre y cuando que los trozos se repartan correctamente, aunque este es un criterio que no comparten los que más tienen, pues no conformes con tener dulce suficiente para llenar su abultada y sebosa barriga, pretenden quedarse con la tarta entera, y luego, pasa lo que pasa, que les sale el azúcar hasta por las orejas, y cuando se quieren dar cuenta, ya es tarde, pues están tan inflados de glotonería, que acaban reventando.
¡Tanta azúcar, no puede ser buena!
Capítulo 29
Quiero soñar siempre con sueños de verdad, aunque sean alocados, muchas veces la fantasía se hace realidad, pero nunca quiero soñar con sueños impostores de cartón piedra camuflados detrás de una careta con falsa sonrisa (tan hipócrita, que está dibujada, por eso es permanente, y por eso engaña), de esos que me castigan con el látigo de la decepción, y que acaban siendo sueños rotos, que al final se transforman en más negatividad para guardar en el baúl (que además está ya, casi lleno) de las cosas inservibles.
Tampoco quiero sueños gélidos, de esos pétreos, porque son de hielo, que se derriten siempre al calor de la realidad, ni tampoco, sueños de fantasmas, porque no me fío de lo que hay debajo de algunas sábanas, en apariencia blancas y relucientes, aunque sin poder disimular el nauseabundo olor de la maldad, y que como mínimo necesitan ir de cabeza a la lavadora de la decencia para que les meta un buen meneo.
Y mucho menos, quiero sueños excesivamente dulces, de esos que cuando me despierto, me dejan un sabor excesivamente empalagoso.
¡Tanta azúcar, no puede ser buena!
¡Perdón, por la insistencia!
Quiero…
Fran Laviada