"En profundidad desde el escondite" (V).
¡El fuego de la existencia no tiene piedad, tarde o temprano reduce a cenizas el caparazón humano!
Si por lo menos la coraza fuera de tortuga, siempre se podría aspirar a una vida más larga, más lenta, eso sí, pero también más duradera. Es lo que ocurre por pertenecer a la especie humana, en vez de ser un quelonio.
Las palabras se las lleva el viento, y las huecas con más rapidez.
El fuego consume la madera hasta dejarla en ceniza.
Igual que la maquinaria devoradora de la existencia exprime al ser humano, hasta llevarlo a la vejez y finalmente a la tumba, eso está claro y no hay vuelta de hoja.
El pez grande siempre se come al chico, de la misma forma que el poderoso pisotea al débil cuando este se atreve a hacerle frente.
Y el, a veces turbulento río de la vida, arrastra en su corriente las ilusiones del pobrecito infeliz, al que un día los vendedores de humo, también llamados falsos profetas, le prometieron un paraíso de fantasía, ese maravilloso edén, al que nunca va a conseguir llegar por mucho que lo intente.
No ando, corro.
No me paro.
Sigo el camino.
Siento, respiro, vivo.
Ahora calor y aparece el dolor.
Pienso y me río.
Mismo camino.
Paso más corto.
Corro, pequeño salto y me río.
Me duele, sigo vivo.
Llueve, viento, vuelve el frío.
Sudor, dolor, vuelve el calor.
No me fío.
Quizás retorne el frío.
Otro día más y corro.
Correr y correr.
¡Gracias!.
¡Me siento vivo!
Y sigo.
Paso largo, mismo camino.
Me duele, pero me río…
Si nunca das la cara.
Si siempre tienes miedo.
Si te inclinas ante el rico.
Si no defiendes tus ideas.
Si no proteges a los débiles.
Si nunca dices lo que piensas.
Si nunca haces lo que quieres.
Si andas todo el día de rodillas.
Continuará...
Fran Laviada (Libros publicados en Amazon).