"La otra cara del mal".
Era alto, rubio, de buena presencia y con cara de no
haber roto un plato en su vida. Esposo ejemplar (de la bella Eva) y
cariñoso padre de una deliciosa parejita (niño y niña, los encantadores
Franz y Erika). Hans Müller, era un hombre querido y respetado por sus vecinos,
siempre dispuesto a echar una mano a cualquiera que necesitase su ayuda.
De modales exquisitos, fruto de una esmerada educación. Persona culta y muy
preparada. Universitario sobresaliente, como así lo atestiguaban sus excelentes
calificaciones. Destacado deportista en su juventud, como no podía ser de otra
forma, pues las innegables cualidades físicas de la raza aria, lo llevaron a
ser un triunfador en el mundo del deporte, ya que todo se le daba bien, la
esgrima, esquiar, montar a caballo, la escalada, el fútbol, el tenis e incluso
la natación, para ser el modelo perfecto de superatleta germano.
El excepcional
ciudadano Hans, era pues, todo un ejemplo para la sociedad, el modelo de
hijo, que sin duda alguna, todos los (buenos) padres alemanes, querían tener.
Trabajador
obsesivo, además de infatigable, disciplinado y metódico, con una vida
entregada a la causa (primero, y a la familia después) desde su
despacho de la Gestapo en Berlín. El mayor Müller, se dedicaba única y
exclusivamente a cazar judíos, era la alta misión que su idolatrado Fhürer
y su querido Tercer Reich le habían encomendado, y él, sin duda alguna,
cumplía al pie de la letra con su labor, además de sentirse orgulloso de
la gran confianza que sus superiores habían depositado en su persona, y por
supuesto, que bajo ningún concepto iba a defraudarles. Su lealtad al Partido
Nacional Socialista y a su amado líder, estaba incluso, por encima de su propia
vida.
Por eso,
lo de echar una mano (al cuello), fue lo que hizo con tantos miles de
judíos, tratados como si fuesen ganado, y que eran metidos a empujones en
aquellos vagones de carga, en los que apenas entraba el aire, para que el
tortuoso desplazamiento, fuera todavía más inhumano, como si lo que les esperaba
a las víctimas en su destino final, del campo de exterminio, no fuese
ya, suficiente castigo. Aunque los más afortunados, tenían la suerte de morir
asfixiados antes de llegar al matadero.
Hans Müller, con
la tranquilidad que otorga a un fiel y disciplinado servidor de la Patria, la
satisfacción del deber cumplido, sonreía con la maldad reflejada en su rostro,
y una vez más, haciendo gala de su exquisita educación, pronunciaba siempre las
mismas palabras de despedida: ¡Guten morgen und gute reise! (¡Buenos
días y buen viaje!), cuando cada mañana, y día tras día, se trasladaba a la
estación, para ver como iniciaba su marcha la locomotora del tren de la
muerte, con su carga de vidas sentenciadas, y con pasaporte al horror,
que ponía rumbo a un infierno terrenal, en forma de cámara de gas, que iba a devorar de la forma más cruel, que nunca
la humanidad habría podido imaginar, a aquellos pobres desgraciados cuyos
cadáveres, una vez gaseados,
alimentaban de manera incansable, los hornos
crematorios, que los Nazis utilizaban para reducir a cenizas, millones de
cuerpos, tratando de destruir las pruebas de sus espantosas atrocidades.
El Mayor Hans Müller, como tantos otros asesinos nazis, huyó al final de la guerra, cuando su amada patria Alemania, fue derrotada en 1945, y en Sudamérica, encontró refugio viviendo junto a su familia en diversos países gobernados por crueles dictaduras militares, que dieron cobijo a aquellos hijos de perra portadores de la esvástica, que seguían celebrando cada año en sus reuniones nostálgicas, los gloriosos años del terrible y devastador Imperio Nazi, brindando con el ya conocido y repugnante ¡Heil Hitler!, para recordar a su añorado Fhürer.
Mar de Plata (Buenos Aires.
Argentina) 31-5-1989
Sin embargo como afortunadamente, la Historia tiene memoria, al final cada cual recibe lo que se merece, así que, cuando el cadáver mutilado del Señor Müller (Herr Müller, para sus empleados), conocido empresario alemán afincado en tierra argentina, concretamente, en la ciudad de Buenos Aires, apareció en un descampado a las afueras de la ciudad, nadie se sorprendió, y tampoco nadie, hizo preguntas.
Detrás de una historia larga, se esconden otras más
pequeñas. Detrás de un asesino, están las huellas de los cadáveres dejados a lo
largo del camino. Detrás de un personaje presuntamente principal, hay otros
personajes secundarios, que al final son más importantes. Detrás de un verdugo
está la memoria individual y colectiva, para que no se olviden sus crímenes.
Detrás de un victimario están sus víctimas, que reclaman venganza con todo el
derecho.
¡Y detrás de una cara amable y sonriente, puede que
se esconda el demonio!
¿Quién mató a Hans Müller?
¡Quizá se sepa algún día o nunca!
27 años antes…
En la madrugada del día 31 de mayo de 1962 en
la ciudad de Ramla (Israel), el antiguo coronel nazi de la SS, Adolf Eichman,
fue ahorcado para cumplir la sentencia que le condenó por crímenes contra la
humanidad, ya que fue uno de los principales organizadores de la llamada
“Solución Final”, que tuvo como resultado, la muerte de millones de judíos
durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1960, Eichman vivía en Buenos Aires (Argentina), con un nombre falso, cuando fue secuestrado por un grupo del Mossad (Servicio Secreto Israelí), que lo llevó a Israel para ser juzgado por sus crímenes.
Y
el final de la historia fue que…
Nunca se supo quién mató a Hans Müller, aunque hay
muchas teorías al respecto. Una de ellas, es que se intentó hacer con él, lo
mismo que en su día se hizo con Adolf Eichman, es decir, secuestrarlo y
llevarlo a Israel para ser sometido a juicio por crímenes contra la humanidad.
Lo que no
se sabe a ciencia cierta, es lo que sucedió al final, aunque se especula, con
la posibilidad, de que a alguno de los miembros del comando que participó en la
acción, se le puedo ir el asunto de las manos, y asumió por su cuenta y riesgo,
el triple papel, de policía, juez y
verdugo (3 en 1, como el famoso
lubricante), cuando descubrió que Hans Müller, había sido uno de los
principales culpables (había pruebas irrefutables de ello), del aniquilamiento
de una gran parte de su familia.
¿Qué
habrían hecho otros en su lugar?
¿Quién lo sabe?