La vida es un trayecto breve (Capítulo 23).
Después de una hora esperando en la cola…
— ¿Cómo se llama usted?, me preguntó aquel hombre con pinta de ignorante (para ser funcionario no parecía muy espabilado, así que supuse que la plaza no se la había ganado en una oposición, seguro que era un enchufado de tantos), que se hallaba al otro lado de la ventanilla.
— Mi nombre es Fernando Francisco, y antes de darle mis apellidos, va el tío y me dice:
— Un nombre demasiado largo.
Es el que tengo, imbécil, pensé yo.
— ¡No había caído!, le respondí haciéndome el sorprendido.
Y la conversación siguió:
—Vamos por partes, primero un nombre y luego el otro, dijo el de la ventanilla, como si escribir los dos nombres, uno a continuación del otro, le supusiera un desmesurado esfuerzo de memoria y concentración, y eso que todavía no le había dicho mis apellidos, Basobilbaso Sagarminaga, ¡menuda la que puede liar el muy zopenco! (imaginé), y no me equivoqué, pues solo con los nombres ya se indigestó.
Mientras, comenzó escribiendo la fecha correspondiente, machacando las teclas de su ordenador, y lo digo, porque tenía unos dedos como morcillas, así que supuse, que a duras penas el aparato iba a resistir el trámite completo, sin acabar totalmente destrozado.
—De acuerdo, respondí, idiota, pensé de nuevo.
—El primero es Fernando, le digo yo.
—Bien, Frenando, me dice él.
— ¡No, Frenando no, Fernando! Le respondo mientras comienzo a ponerme de mala hostia.
— ¡Perdone, un error lo tiene cualquiera Fernandor! Y el muy gilipollas, vuelve a equivocarse. Y me pregunto, si me está tomando el pelo, si es tonto del culo, o si está imitando a Chiquito de la Calzada, (¡cómor!)
Por fin consigue escribir correctamente mi nombre completo y correcto en el documento que está rellenando.
— ¡Bien Fernando, sigamos pues!, me dice el memo.
— ¡Si por favor, a ver si terminamos rápido que tengo un poco de prisa!, le respondo mirando preocupado el reloj, siendo consciente de que en breve tengo una reunión, a la que voy a llegar tarde por culpa de un funcionario subnormal.
—Me dijo que su segundo nombre era Farcinsco, ¿verdad?
— ¡Anda la hostia, con el tío tarado que me tocó!, sigo pensando y no hablo, haciendo un gran esfuerzo para poder controlarme y no perder los papeles.
— ¡Noooooo…, es Francisco, joder!, le contesto visiblemente enfadado y ya, con cara de pocos amigos.
— ¡Bueno hombre, no se ponga así, y tranquilo Farcisco!
— ¿Pero como que tranquilo Farcisco?
— ¡F R A N C I S C O! ¿ES TAN DIFÍCIL?
Y me disparo.
— ¡Es usted un inepto, un mongol y un zoquete, tres en uno para que se entere bien!, le dije, mientras un ataque incontrolable de ira, se apoderaba de mí, al mismo tiempo que mi cara se ponía completamente colorada.
Y va el tío, y no se le ocurre otra cosa que llamarme maleducado, y me hace una peineta cerrando la ventanilla de golpe.
— ¡Oiga, oooigaaaaa…!
— ¡OOOIGAAAAA…!
Pierdo los papeles definitivamente, ya está el lío armado, ¡este idiota se va a reír de su hermana, le va a tomar el pelo a su padre y se va a cagar en toda su familia, pero conmigo no se juega!, pienso completamente ofuscado, mientras mi furia desatada amenaza con ser más peligrosa que la nitroglicerina, y comienzo a descargar mi rabia aporreando el cristal con la palma de la mano, porque si lo hago con el puño, lo mando a tomar por culo, y lo que me faltaba para completar la mañana que me estaba dando aquel carapijo, era tener que pagarlo.
Al final un segurata (tamaño armario de tres cuerpos y con las puertas abiertas), me agarra del brazo y sin ningún tipo de explicaciones ni miramientos, me pone de patitas en la calle.
Y mientras que yo, protesto inútilmente por el trato recibido, e intento explicar lo que me ha sucedido con el incompetente empleado, y levanto la voz, y grito, pero de nada me sirve, el gorila no me hace ni puto caso.
Al final trato de tranquilizarme, y hago lo más sensato volver para mi casa (¡la reunión a la mierda!, ya no llego, ni aunque fuese Usain Bolt), aunque, eso sí, arrastrando mi cabreo y cagándome en la puta madre del funcionario zote y del segurata zafio, primero en la de uno y luego en la de otro, para no atragantarme.
Y mientras, camino a paso ligero (que es algo que hago siempre que se me cruza el cable cuando me sacan de mis casillas, y me tocan los cojones en exceso), voy pensando si lo que me acaba de suceder, es una pesadilla, una absurda jugada del destino poniendo a un Zoquete Integral en mi vida, o incluso una cámara oculta, para cualquier programa cutre de televisión, de una de esas cadenas de tercera división, que no tienen presupuesto para hacer programas medio decentes y se dedican a provocar a ciudadanos incautos como yo.
Y no puedo evitar que mis nombres tuneados con el
barniz de la necedad, por un torpe (por no añadirle más adjetivos descalificativos)
funcionario, se repitan en mi cabeza como una especie de mantra surrealista.
¡Frenando! ¡Farcinsco! ¡Frenando! ¡Farcinsco! ¡Frenando! ¡Farcinsco!...