La vida es un trayecto breve (Capítulo 19).
Lunes
Son pocas las noches en las que soy capaz de dormir más
de seis horas seguidas. Y es que a partir de ciertas edades (cuando más o menos
ya coqueteas con el medio siglo de existencia), cuesta mucho más trabajo
mantener los ojos cerrados, y mucho menos, el tiempo que lo hacías cuando eras
adolescente, pero es lo que hay. Bueno, sigo con lo que quiero contar. Una
mañana rara, lo digo porque precisamente en esa ocasión había logrado estar
cerca de siete horas acurrucado en los protectores brazos de Morfeo, ¡y además, sin pesadillas! (y
sin pastillas, que tiene todavía más mérito), bendecido por unos sueños, que
podría definir cuando menos, como estimulantes, y que por pudor no voy a
contar, ni muchos menos entrar en detalles concretos, ¡pero fue la hostia, vaya
escenas! Tenía la sensación de estar metido en el rodaje de una película
erótica (dicho con suavidad) dirigida por Tinto Brass, y yo era el protagonista,
¡qué pena que el sueño terminó!, espero poder volver a retomarlo en breve, y
que la peli, que se rueda en el plató
de mi cama, tenga tantas partes como la saga de Rocky.
Siguiendo con la
historia, había empezado el día lleno de entusiasmo, pues las horas dormidas,
habían aumentado de manera considerable, la cantidad de mi combustible vital,
lo que dio como resultado, que mis depósitos energéticos estuviesen llenos de
positividad (ya se encargarían los acontecimientos del día, en hacerlos bajar).
Salgo de casa, y
ni miro para el ascensor, y es que, para bajar las escaleras no me hace falta
(y muchas veces para subirlas tampoco, una estupenda terapia, que recomiendo a
todo el mundo, en especial a los que tienen exceso de lorzas), llego al portal y cuando me dispongo a salir a la calle,
me encuentro con Doña Bulldog (la
llamo así, porque tiene cara de perro rabioso), que siempre me mira con cara de
asco y qué jamás se ha dignado a devolverme los ¡buenos días! (o ¡buenas
tardes!, según la hora del día, en la que por desgracia se planta delante de
mí, como si fuese una aparición fantasmagórica) cuando me cruzo con ella.
Durante bastante tiempo, he estado poseído por una estúpida ingenuidad,
llegando incluso a pensar que la señora, dada su edad (andará cerca de los
setenta), se había quedado sorda (algo parecido a lo que me sucedió con otro
vecino, que ustedes ya conocen), pero, simplemente es una maleducada, así que durante un tiempo, dejé a un lado mis buenos
modales, y pasé de ella como de la mierda, cada vez que su careto perruno, se atravesaba en mi camino, ya que lo que se merece
una persona sin educación, es que no seas educado con ella, aunque en este
caso, lo único que hice fue ignorarla. Sin embargo como ya dije antes, que
había comenzado el día pletórico y el buen rollo, me salía hasta por las
orejas, se me ocurrió decirle:
¡Buenos días,
Doña Recareda!, añadí el nombre (que por cierto, le encajaba con la cara), para
tratar de mostrarme más amable si cabe, y otra vez la vieja de los cojones, que
no me responde, me mira con su cara de asco de siempre, y pasa de largo, sin
hacerme ni puñetero caso. ¡Seré gilipollas!, pero si la gente maleducada, no
cambia, se muere así, sin utilizar la educación, algo que les resulta inútil,
vamos, un auténtico desperdicio, algo parecido a esos aeropuertos construidos
en España en los últimos años, que jamás verán aterrizar un avión en su pista,
y que serán utilizados para cualquier cosa (carreras ilegales de coches,
patinaje sobre ruedas o para correr sin tropezar con nadie, o incluso para
instalar un mercadillo con todo tipo de artículos, sitio desde luego, hay de
sobra), excepto para prestar servicio a una compañía aérea y a sus pasajeros,
que era para lo que en teoría fueron construidos, nada que nos pueda sorprender,
porque ya sabemos que España es diferente,
¡y para qué hablar!, de autopistas, pabellones de deportes y edificios
multiservicios, entre otros espantos, ¡vamos, para cagarse!, lo que ya no
sabemos, es si de risa o de espanto, lo único claro, es que con todos estos
despropósitos arquitectónicos,
siempre salen ganando los mismos de siempre, y muchos de ellos, coinciden en
Panamá (¡cómo no!), país, al que no van precisamente de vacaciones, aunque ya
que están allí, se supone que aprovecharán para hacer turismo con los pingües
beneficios obtenidos con las inútiles (excepto para sus bolsillos, que luego ya
se encargarán de blanquear con el mejor de los detergentes) construcciones
faraónicas.
Continuando con la señora mencionada,
es que no puede evitar ponerme de mala hostia, porque la vieja, me avinagrara
el comienzo de un día prometedor. Muchas veces, pienso que cuando me pasan
estas cosas, la culpa es mía, por no seguir el consejo de Eleanor Roosevelt, en su famosa frase que decía (más o
menos interpretada a mi aire):
¡Nadie sin tu permiso puede hacer que te sientas mal con lo que te
digan! (aunque en el caso que nos ocupa, sería más exacto decir, con lo que
no te digan).
Traté pues, de olvidar el
desafortunado encuentro con mí septuagenaria, a la vez que desagradable vecina,
y me dirigí al banco, así que solo de pensar en ello, ya era motivo suficiente
para que mis niveles de positividad, siguieran en descenso. Pisar cualquier
tipo de entidad bancaria, me irrita tanto, que nada más traspasar la puerta, mi
corazón sufre una especie de agitación tipo calambre, y el pulso comienza a
acelerarse progresivamente, de una forma similar a cuando siendo más joven, iba
al cine a ver una película de miedo, para ser más exacto, mejor sería decir de terror bestial, de esas en las que el
director no se corta un pelo, para ofrecer un variado catálogo de vísceras,
sangre, miembros amputados o seres demoníacos, más el añadido especial del monstruito de turno, con el que las
productoras cinematográficas quieren sorprender a los cada vez más desmotivados
espectadores, que al igual que un servidor, con el paso del tiempo, nos
sentimos más atraídos, por esas películas sencillas, que cuentan cosas normales
y con un presupuesto reducido, ya que es de sobra sabido, que a menos dinero,
más ingenio, algo parecido a esos equipos de fútbol, que no tienen presupuesto
para fichar jugadores extranjeros (ni nacionales), y no les queda más remedio
que tirar de la cantera, y al final
los chavales, lo hacen mejor que las presuntas estrellas no fichadas, y si no
que se le pregunten a algún equipo, que gracias no tener ni un puto duro, subió a Primera División, pero bueno, como diría
el fallecido y gran escritor, a la vez que tocayo, Francisco Umbral, ¡yo he venido aquí, a hablar de mi libro (en este
caso mis relatos), y no a hablar de fútbol!
Como ya venía siendo habitual en los
últimos tiempos, mi cuenta corriente, estaba más seca que las reservas de oro
de Burundi, y necesitaba hacer un ingreso para pagar un par de recibos que
estaban al caer, y para que no me fueran devueltos, tenía que meter (hubiera
preferido meter otra cosa, fue lo que pensé en ese instante, cuando el regusto
de mí dulce sueño, me volvió a la memoria) en la cuenta treinta euros, así
que con mis dos humildes billetes (uno de veinte y otro de diez), me puse a la
cola, mientras me armaba de paciencia, porque el típico impresentable de turno,
que me tocó delante, debía de estar muy desocupado, ya que, no conforme con
haber resuelto el asunto que lo había llevado al banco, y para el que se tomó
su tiempo (con toda la parsimonia del mundo, sin importarle un bledo la cola
que tenía detrás), encima se pasó no sé cuántos minutos, que se me hicieron
interminables, charlando de fútbol (otra vez) con su colega de la caja, y digo
colega, porque de la forma que se trataban, se veía de sobra que había
compadreo entre ellos, y ninguno de los dos tuvo en cuenta, que un servidor
estaba esperando (casi media hora entre pitos
y flautas, para hacer un ingreso de mierda, ¡de treinta euros!), y
siguieron dale que te pego, dándole a la lengua sin parar, que si Cristiano esto, que si Messi lo otro, que si el Madrid es el club más grande de la
historia, o que si el Barça, es el
mejor equipo del mundo, y además los muy cretinos, hablaban en voz alta, para
que todos los que estábamos esperando pacientemente en la cola, supiésemos que
ambos, eran unos entendidos en la materia, algo que no tiene nada de extraño,
en un lugar como España, en el que todo el mundo, se piensa que sabe de
asuntos futbolísticos a escala de catedrático, de tal manera que de los casi 47
millones de habitantes que tiene el país, más de la mitad, se creen
entrenadores, y puede que me quede corto, pero bueno, ese es otro tema, así que
mejor dejarlo a un lado, siguiendo el mismo criterio aplicado con Umbral.
¡Será posible, lo hay que aguantar!
¡Ir a tomar por el culo los dos, y dejarlo para cuando os encontréis en el
bar!, bueno eso fue lo que pensé, pero no dije nada, porque enseguida me
disparo, y si ya, mi corazón andaba con las pulsaciones a paso ligero, no era
plan, que se pusieran a ritmo de zancada.
¡Por fin llegó
mi turno!
El cajero tenía
la misma cara de perro rabioso que Doña Recareda, y era igual de maleducado que
ella, quizá fuera su hijo, porque se parecían. No me dijo ni ¡hola!, ni me
preguntó nada, y yo, para no ir otra vez de pardillo,
igual que con la vieja, hice lo mismo, es decir, ni abrí la boca (ahora los
buenos días, ya los guardo para quien se los merezca), y le pasé por la bandeja
situada debajo del cristal anti-cacos, los dos billetes y un tarjeta de visita
donde iban al lado de mi nombre, los datos de mi cuenta, y le dije con cierta
indiferencia:
— ¡Para ingresar en
cuenta!
El desagradable empleado
bancario, me pregunta:
— ¿Hay que poner algo en “concepto”?
— ¡Nada!, le respondí con
sequedad.
El malencarado
hombre de la caja, se puso a realizar las operaciones correspondientes, y se lo
tomó con bastante calma, ¡para que se iba a apurar!, si en la cola, tan solo
había doce personas esperando, y seguía aumentando. Parecía que todo el mundo
se había puesto de acuerdo ese día, para ir al puto banco.
¡Si esto sigue
creciendo al ritmo que lo hace, llegará un momento, que va a parecer que
estamos esperando para sacar las entradas de un concierto de los Rolling Stones! (Yo seguía a lo mío,
pensando y sin abrir la boca, para calmar la mala baba, que me iba aumentando).
El cajero, me
vuelve a mirar, con desprecio, como si le pareciera mal, aquel paupérrimo
ingreso, era como si tan ridícula cantidad, no merecía el gasto que ocasionaba
el papel utilizado en el comprobante del impreso. Y con el mismo gesto y tono
de voz que la vez anterior, y con un añadido extra de desidia, me vuelve a
preguntar:
— ¿Alguna operación más?
¡Sí, imbécil, la que habría que hacerte a ti
en la cara y en el cerebro! (fue lo que pensé en ese momento, pero por razones
obvias y de salud emocional, volví a callarme).
— ¡Ninguna, le respondí!,
aunque no pude resistir la tentación de añadir:
— ¡A ver si los billetes crecen por generación espontánea y
me aumenta el saldo!
En ese instante, el desprecio que
dibujaba la mirada del hirsuto empleado, aumentó considerablemente. Se ve que
mi comentario, lejos de parecerle gracioso, le sentó incluso mal.
¡Si no te hace gracia,
pues que te den amargao!, (seguí
recreándome en mis pensamientos).
Me giré, y sin mirar atrás y mucho
menos sin despedirme, salí pitando de aquel enfermizo lugar, mientras iba
pensando (para ir compensando los malos tragos con los que el día me había
recibido), que teniendo en cuenta que todavía eran las diez de la mañana, y con
la estupenda temperatura con la que el verano me obsequiaba, iba a ir directo a
la piscina a tomar un poco el sol y luego a nadar, un pequeño lujo que me podía
permitir en las instalaciones municipales, eso y la biblioteca pública, deben
de ser de las pocas cosas, que están al alcance de la mano de una gran parte de
los ciudadanos de este país (uno de los pocos pequeños caprichos, que todavía nos
podemos dar los de la clase media, pero tirando cada vez más abajo).
Seguí con el recuerdo en mi cabeza, del tipejo de la caja, al que todavía le
quedaban cuatro horas metido en aquella especie de pecera humana, y he de
reconocer, que cuando estuve ya en la calle y miré para el interior del banco,
mientras veía al besugo en su horno (en la oficina bancaria hacía un calor
horrible, y el aire acondicionado no lo tenían puesto, no sé si era porque
estaba estropeado, o para ahorrar, aunque más bien, lo probable es que fuese esto
último, porque teniendo en cuenta los palos que la justicia les está dando a
las entidades bancarias en los últimos tiempos, de lo cual me alegro, y mucho,
dicho sea de paso, para que devuelvan con intereses, el dinero cobrado de más a
los clientes, durante años y años de abusos, me hace pensar, que estos egoístas
a la vez que usureros, estarán tratando de recuperarlo de donde sea, con el
aire acondicionado o incluso ahorrando en papel higiénico), volví a pensar,
esta vez en voz alta (no mucho), y lancé al aire un: ¡Jodete!
Pero la mañanita de los cojones, no
había terminado aún. Me acordé, que necesitaba unas pilas para el ratón del
ordenador, así que antes de ir a la piscina, me pillaba cerca una tienda de los
chinos, y allí me dirigí. Las compré
alcalinas y de marca conocida, porque las baratas, que las deben de fabricar en
China (como tantas cosas, que son una auténtica porquería, de la que no podemos
quejarnos, porque ya sabemos lo que hay, y seguimos entrando en los Todo a un Euro), se gastan más rápido
que las suelas de unos zapatos de veinte euros (digo lo mismo que antes, la
culpa la tenemos nosotros por comprar zapatos baratos, ¿con ese precio, que
quieres que la suela sea de acero?). Total, que cojo las pilas del expositor, y
voy a la caja a pagarlas, de cajera estaba una chinita, de cara risueña (nada que ver con Doña Recareda, ni con el
cajero avinagrado), y le pregunto el precio:
— ¡Un eulo y
ochenta céntimos!, me responde con toda amabilidad, manteniendo una permanente
sonrisa amalilla (es decir oriental).
Miro en el
bolsillo de los vaqueros a ver que llevo, y saco el único billete que me
quedaba, uno de cinco euros (era el hijo huérfano de los que dejé en el banco),
pero como también tenía bastante calderilla, le di los ochenta céntimos sueltos
(una moneda de 50, una de 10, dos de 5 y el resto hasta completar, en monedas
de 1 y 2 céntimos), más que nada por aligerar peso, ya que no hay nada más
molesto, que llevar los bolsos llenos de monedas de casi nulo valor, que la
mayoría de las veces ocupa espacio de forma absurda (incluso cuando llevas
demasiadas, si el bolsillo es grande, acaban golpeándote los huevos, en el caso
de que estos sean talla XL, igual que los bolsillos), aunque en el caso de la
compra de las pilas, la vuelta, eran cuatro euros, que era lo que buscaba y así
aprovechaba para deshacerme del exceso de cobre, pero, ¡ay amigo!, cuando Flor de Loto, es que yo, la llamaba así,
porque había confianza, ya que era cliente habitual del establecimiento, ¡sí ya
sé!, y repito, que no tengo derecho a quejarme de la calidad de los productos Made In China. A la muchacha, la conocía
por ese nombre, más que nada, para simplificar, porque un día cuando le
pregunté cómo se llamaba, no entendí nada, ya que me dijo algo que sonaba, así
lo entendí yo, parecido a Mula.
¿Cómo narices,
se va a llamar Mula?, vale, que está más
bien rellenita, sí, pero de ahí a llamarse
como si fuera un cruce entre yegua y burro, no puede ser.
Yo más que nada,
por ser agradable (o porqué a veces me olvido que ya no tengo edad, para
tontear con jovencitas, lo reconozco), le dije que si podía escribirme el
nombre en un papel, y esto fue lo que puso: 花木蘭
Luego, cuando
llegué a casa, entré en Internet y fui al traductor de Google, copie y pegué el
texto, y lo que me apareció fue Mulán.
¡Claro, hombre,
ya me parecía a mí que Mula no podía ser!
Según parece el
nombre significa Magnolia, pero como
el asunto iba de flores, y yo ya me había acostumbrado a Flor de Loto, con ese nombre se quedó.
Así que siguiendo con lo que estaba
contando, cuando la chinita, vio las enanas monedas cobrizas, que le puse
encima del mostrador junto al billete, cambió completamente su cara amable, y
su sonrisa habitual, se transformó en un gesto de desagrado, como si le
pareciera mal que quisiera utilizar aquellas monedas para completar el pago de
mi compra.
¿Qué pasa que
las monedas de 1 y 2 céntimos no son de curso legal?
¡Amiga, qué
estamos en España y hay que adaptarse al país y no al revés!
¿Será que en
China, solo se utilizan los céntimos para jugar a la rana o qué?
Al igual que me
ocurrió en el banco, todo esto lo pensé, no lo dije, por aquello de no dispararme y tal…
Al final otra
mala cara para completar la mañana. Flor
de Loto, tan agradable siempre, se transformó como por arte de magia, en Flor de Cactus, y también en una persona
maleducada, ni me dio las gracias como hacía siempre que iba a comprar algo, ni
me respondió cuando le dije ¡hasta luego!.
¿Pero a quién
maté yo, si tan solo pretendo ser educado?
Menos mal, que el sol en la cómoda tumbona, y el
refrescante baño en la enorme piscina nadando con toda libertad (pues a esa
hora, sobre las doce del mediodía y un martes, no festivo, es decir con la
gente currando, bueno, los que tienen trabajo), me compensó de las dosis extra
de negatividad que la mala educación del prójimo me había generado.
Después de tanto sol y tanta natación, llegué cansado
al final de la jornada, y la aparición de la noche, esperaba volver a dormir el
mismo número de horas que el día anterior, y continuar mis escenas de rodaje en
la película de Míster Brass… Por
desgracia, las pesadillas volvieron en forma de trío de caras de asco, es decir la
vieja, el cajero y la china, ¡menudo agobio!