La reinvención de lo cierto (Capítulo 2).
El maestro siempre tenía una nueva
enseñanza para cada día, por eso sus discípulos estaban asombrados de su gran
sabiduría. Cada minuto al lado de aquel venerable anciano, era una oportunidad
inmensa para el aprendizaje continuo. Enseñanzas adquiridas para siempre, pues
estaban apoyadas en la verdad y en el conocimiento profundo del ser humano,
forjado con laboriosidad, y apoyado en la experiencia de muchos años, ya que el
viejo sabio había cumplido hacía muy poco los cien años, aunque ni los
aparentaba en su aspecto físico, y mucho menos en su capacidad mental, pues su
prodigioso cerebro seguía funcionando a tope y con una sorprendente agilidad.
Aquella mañana, reunió a todos sus jóvenes aprendices
de la vida que lo seguían con absoluta devoción y les dijo lo siguiente:
¡Mis
queridos muchachos! Hoy quiero darles mi último consejo, pues creo, que ya han
aprendido lo suficiente para iniciar el largo camino de la vida en la edad
adulta. Tendrán no obstante y en ello les insisto, que seguir adquiriendo
conocimientos, puesto que nunca el hombre termina de aprender, siempre necesita
descubrir cosas nuevas, aunque algunos crean cegados por su ignorancia que ya
lo saben todo. Nunca se consideren sabios, yo al menos no creo serlo, y les
llevo a todos ustedes muchos años de ventaja.
Tengan
curiosidad por lo desconocido y la mente abierta a todo. Busquen siempre el
descubrimiento de nuevas experiencias, y nunca presuman de lo que saben, ya que
eso, siempre será infinitamente menor con respecto a lo que ignoran, y tengan
siempre en cuenta que todos los seres humanos hemos nacido para movernos, nunca
para estar parados, ni física ni mentalmente, tengan la seguridad que el día
que nos quedemos quietos, la existencia habrá terminado para nosotros.
Gracias a
todos por su consideración y respeto, que el sentido común marque siempre la
dirección de su camino y que la suerte les acompañe en todo momento…
Y el Maestro se fue en silencio. Todos los
alumnos se quedaron tristes por su partida, y pensativos, reflexionando sobre
las últimas palabras pronunciadas por el anciano, pero al mismo tiempo todos
ilusionados por poner en práctica lo aprendido, y sobre todo con el pensamiento
puesto en la última enseñanza recibida.
Pocos días después se enteraron de que el
anciano había fallecido, y se acordaron especialmente del significado de sus
últimas palabras. Su labor con ellos había terminado, y decidió quedarse quieto
para siempre. Había llegado al final de su camino, puesto que ya no tenía nada
que enseñar.
Es verdad que los chicos debían de seguir
aprendiendo, tal y como él les había dicho, pero ahora el aprendizaje estaba en
el exterior, en el día a día, en la propia existencia y eso es algo que cada
uno debía de vivir por su cuenta.
Y eso fue lo que todos hicieron, unos acertaron a la primera a la hora de escoger la dirección correcta, otros tardaron mucho tiempo en encontrar el camino, bastantes dieron con él, y volvieron a despistarse, varios siguen buscando y algunos por desgracia, se perdieron para siempre, devorados por el torbellino de la existencia, pero todos, absolutamente todos, tuvieron siempre presente en su pensamiento los consejos de su sabio maestro, conocedores de que siempre, tarde o temprano, hay un final para el camino (ya sea el verdadero o el equivocado) y mientras llegue hay que seguir avanzando.